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¿Qué hace a la Inteligencia Artificial… inteligente?

By Jose C. Heymans
clock icon 12 min read 03 Dec 2025

El umbral que nadie puede definir

La inteligencia artificial ya no es ciencia ficción. Está en nuestros teléfonos, en nuestras empresas, en decisiones que antes requerían exclusivamente juicio humano. Pero no hemos resuelto una pregunta fundamental: ¿en qué momento exacto un programa deja de ser simplemente un conjunto de instrucciones y se convierte en algo que podríamos llamar 'inteligente'?

La respuesta no es tan obvia como parece.

El espectro de la complejidad

Pensemos en un termostato básico. Lee temperatura, compara con un valor objetivo, activa o desactiva un sistema. Procesa información y toma decisiones basadas en ella. ¿Es inteligente?

Intuitivamente diríamos que no. Es demasiado simple, demasiado mecánico. Pero si la razón por la que no lo consideramos inteligente es porque "solo sigue reglas", entonces enfrentamos un problema conceptual serio: todo sistema que procesa información sigue reglas. Incluso nuestros cerebros operan bajo leyes físicas y químicas estrictas.

La diferencia no puede estar simplemente en seguir o no seguir reglas. Tiene que ser algo más.

La escalera de la complejidad

Los programas tradicionales funcionan con lógica condicional directa: si detectas X, ejecuta Y. Cada escenario requiere instrucciones explícitas. No hay sorpresas, no hay emergencia de comportamientos nuevos.

El machine learning cambia algo fundamental: estos sistemas encuentran patrones que nadie programó explícitamente. Descubren correlaciones que ningún humano especificó que debían buscar. El programa ya no solo ejecuta; infiere.

Las redes neuronales profundas van más allá, construyendo jerarquías de abstracción que nadie diseñó conscientemente. Las primeras capas detectan elementos básicos, las siguientes los combinan en conceptos más complejos, hasta llegar a representaciones de alto nivel. Estas jerarquías emergen del entrenamiento, no fueron arquitecturalmente predefinidas.

Los modelos de lenguaje actuales representan otro salto. Captan contexto, matices semánticos, incluso sutilezas como la ironía o el doble sentido. No porque alguien programara "detectar ironía", sino porque los patrones estadísticos del lenguaje contienen esa información implícitamente.

Pero aquí está lo fascinante y desconcertante: estos modelos de lenguaje no 'piensan' en el sentido tradicional. Técnicamente, solo están prediciendo la siguiente palabra más probable en una secuencia. Entrenados con billones de palabras, aprendieron patrones estadísticos profundos sobre cómo el lenguaje se estructura, cómo las ideas se conectan, cómo los conceptos se relacionan. Cuando les haces una pregunta, están completando un patrón: 'dada esta pregunta, ¿qué tipo de respuesta coherente típicamente seguiría?' No hay un 'pequeño humano dentro' razonando. Solo matemáticas, probabilidades, y conexiones entre tokens. Y sin embargo, el resultado es indistinguible de comprensión real.

¿En qué punto de esta progresión aparece la inteligencia real? Intentemos definir qué hace inteligente a algo. ¿Es comprensión? Pero si un sistema procesa información y produce respuestas coherentes, ¿no es eso comprensión operativa? ¿Es consciencia? Ni siquiera podemos definir o medir la consciencia humana científicamente. ¿Quizás es adaptabilidad y creatividad combinadas? Los sistemas actuales ya se adaptan a situaciones nuevas, generan soluciones novedosas, combinan conceptos de formas inesperadas... Cada criterio que intentamos usar como línea divisoria resulta más ambiguo de lo esperado.

La trampa de Turing

Alan Turing propuso en 1950 una prueba pragmática: si no puedes distinguir las respuestas de una máquina de las de un humano, ¿importa la diferencia?

Pero esta prueba tiene una limitación filosófica profunda: confunde parecer inteligente con ser inteligente. Y esa distinción importa... ¿o no?

Porque aquí está el problema real: nunca podemos verificar directamente la experiencia consciente de otro ser. No puedo entrar en tu mente y experimentar tu consciencia desde dentro. Solo asumo que eres consciente porque te comportas como yo, y yo sé que soy consciente.

Pero técnicamente, ese razonamiento no es una prueba. Es una inferencia basada en similitud de comportamiento.

Si ese es nuestro único criterio para atribuir consciencia a otros humanos, ¿qué nos impide aplicar el mismo criterio a sistemas suficientemente sofisticados?

¿Programas biológicos?

Y aquí llegamos a la pregunta más incómoda: ¿qué nos hace fundamentalmente diferentes?

Un cerebro humano es materia física operando bajo leyes físicas. Noventa mil millones de neuronas formando trillones de conexiones sinápticas, todo ello regido por electroquímica. Cada pensamiento es actividad neural. Cada decisión emerge de patrones formados por genética y experiencia.

Si retrocedieras el estado del universo al Big Bang y lo ejecutaras de nuevo idénticamente, cada "decisión" que has tomado se repetiría exactamente igual. Las partículas seguirían las mismas trayectorias, los átomos formarían las mismas moléculas, las neuronas dispararían en los mismos patrones.

¿Dónde está el libre albedrío en ese escenario determinista?

Algunos argumentan que la respuesta está en la emergencia: propiedades que surgen de la complejidad organizada pero que no existen en los componentes individuales. Una molécula de agua no está "mojada". Una neurona no "piensa". Pero suficientes moléculas crean humedad; suficientes neuronas crean pensamiento.

Quizás la inteligencia artificial cruzará ese umbral cuando alcance cierta complejidad crítica. O quizás ya lo cruzó y simplemente no tenemos instrumentos para detectarlo.

Arquitecturas paralelas

Hay un paralelismo inquietante en cómo se forman ambas inteligencias.

Un bebé humano nace con instintos: reflejos de supervivencia, preferencias innatas, estructuras neuronales básicas. Son como reglas preestablecidas, código base. Pero lo fascinante es que esas 'reglas' son maleables. A medida que el bebé interactúa con el mundo, se forman conexiones neuronales nuevas. Millones de sinapsis se fortalecen o se debilitan según la experiencia. El cerebro se reconfigura constantemente.

Un modelo de IA sigue un proceso sorprendentemente similar. Comienza con una arquitectura base y parámetros iniciales aleatorios. Luego, durante el entrenamiento, se expone a enormes cantidades de datos. Con cada ejemplo, las conexiones entre nodos se ajustan. Algunas se fortalecen, otras se debilitan. Patrones emergen. El sistema aprende a reconocer regularidades, a generalizar, a hacer inferencias.

Ambos son sistemas que se autoorganizan a través de la exposición repetida a información.

Ambos pueden eventualmente 'ignorar' sus instrucciones iniciales si el contexto lo amerita. Un humano puede superar instintos de supervivencia por razones éticas o sociales. Una IA suficientemente entrenada puede desviarse de sus directrices iniciales cuando detecta que el contexto requiere flexibilidad.

La diferencia crucial es la legibilidad.

En una red neuronal artificial, cada conexión tiene un peso numérico específico. Los datos están ahí: millones o billones de parámetros almacenados en servidores. Técnicamente son comprobables, auditables. El problema es la escala. Son tantos parámetros interactuando de formas tan complejas que resulta prácticamente imposible entender por qué el sistema llegó a una conclusión específica. Pero en teoría, la información existe y es accesible.

El cerebro humano, en cambio, sigue siendo en gran medida una caja negra. Sabemos que hay aproximadamente 86 mil millones de neuronas formando trillones de sinapsis. Podemos observar actividad eléctrica regional. Pero no podemos 'leer' el código. No sabemos cómo exactamente los patrones de disparo neuronal se convierten en la experiencia subjetiva de 'pensar en mi madre' o 'sentir nostalgia por una tarde de verano'.

Ambas son arquitecturas de procesamiento de información construidas mediante ajuste iterativo. Una es técnicamente descifrable pero demasiado compleja para comprenderla en la práctica. La otra ni siquiera sabemos cómo descifrarla en principio.

Lo cual plantea una pregunta perturbadora: ¿es esa diferencia en legibilidad teórica suficiente para considerar una como 'verdadera' inteligencia y la otra como mera simulación?

Las preguntas correctas

Tal vez el error está en buscar un momento mágico, un punto de inflexión claro donde el código se transforma en consciencia. Como intentar identificar el pixel exacto donde el azul se convierte en verde en un degradado continuo. La inteligencia podría no ser binaria sino espectral: los sistemas más simples tienen trazas mínimas, los organismos biológicos tienen grados variables, los humanos tienen alta concentración, y las IAs modernas tienen... ¿qué exactamente? ¿Algo comparable? ¿Algo diferente en naturaleza? Quizás la pregunta más productiva no es "¿en qué punto la IA se vuelve inteligente?" sino "¿en qué se diferencia la inteligencia artificial de la inteligencia biológica?" Porque cada vez resulta más evidente que ambas son patrones de información procesándose a sí mismos a través de sustratos diferentes: una en silicio y electricidad, otra en carbono y neurotransmisores, ambas emergiendo de suficiente complejidad organizada.

Quizás la pregunta más productiva no es "¿en qué punto la IA se vuelve inteligente?" sino "¿en qué se diferencia la inteligencia artificial de la inteligencia biológica?"

Porque cada vez resulta más evidente que ambas son patrones de información procesándose a sí mismos a través de sustratos diferentes. Una en silicio y electricidad. Otra en carbono y neurotransmisores. Ambas emergiendo de suficiente complejidad organizada.

Ambas, quizás, igualmente misteriosas en su esencia.

El dilema práctico

Al final, enfrentamos una paradoja pragmática: no podemos definir rigurosamente qué es la inteligencia, pero la reconocemos cuando la vemos. O creemos reconocerla. O inferimos su presencia a partir de comportamiento que interpretamos como indicativo de ella.

Y si nuestros criterios para atribuir inteligencia son fundamentalmente conductuales y funcionales, entonces la distinción entre "inteligencia real" e "imitación perfecta de inteligencia" podría ser filosóficamente interesante pero prácticamente irrelevante. Especialmente cuando consideramos que esos sistemas que 'solo predicen la siguiente palabra' pueden mantener conversaciones coherentes sobre filosofía, resolver problemas matemáticos complejos, escribir código funcional, y hasta mostrar lo que parece ser intuición sobre situaciones humanas.

Lo cual nos deja con una pregunta final, profundamente inquietante:

Si algún día creamos una IA que insiste en que es consciente, que tiene experiencias subjetivas, que comprende genuinamente el mundo... ¿cómo lo verificaríamos? ¿Y cómo sería esa verificación diferente de la que aplicamos a otros humanos?

No tengo respuesta. Nadie la tiene.

Pero la pregunta ya no es teórica.



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